En el alpinismo, el miedo no es una anomalía a suprimir, sino una experiencia fundacional. Esta es la hipótesis que subyace al capítulo de Moving Mountains donde Reinhold Messner —uno de los montañistas más influyentes del siglo XX— reflexiona con lucidez sobre su propia relación con el miedo. Contrario a la imagen heroica del alpinista intrépido, Messner reconoce el miedo como una constante inevitable y necesaria, tanto desde una perspectiva psicológica como filosófica. Su testimonio invita a pensar el miedo no como una debilidad, sino como una facultad evolutiva que nos conecta con nuestros límites, y a la vez, como una experiencia profundamente existencial que confronta al ser humano con su finitud.

 

El miedo como señal de supervivencia

Desde la psicología evolutiva, el miedo es una emoción primaria, inscrita en la biología humana, cuya función es la supervivencia. En condiciones extremas como las que se viven en la alta montaña —desprendimientos, tormentas, falta de oxígeno, aislamiento—, el miedo actúa como sistema de alarma. Messner comprende esto de manera intuitiva: cuando relata cómo el miedo lo mantenía concentrado, alerta y conectado con el entorno, está dando cuenta de lo que la neurociencia hoy confirma sobre la activación de la amígdala y el aumento de la percepción sensorial en situaciones de amenaza. Para Messner, ignorar el miedo no es valentía, sino temeridad.

En sus propias palabras:

"El miedo pertenece a la aventura tanto como el riesgo. Es una señal de una amenaza concreta. Cuanto más sensible soy a ella, mejor puedo protegerme, evitar y enfrentar peligros."

El miedo como experiencia existencial

Sin embargo, su reflexión va más allá de lo fisiológico. En una dimensión filosófica, el miedo en la montaña representa una confrontación con lo desconocido, con lo incontrolable y, en última instancia, con la muerte. En este punto, las ideas de Søren Kierkegaard y Martin Heidegger resuenan con fuerza. Kierkegaard hablaba de la “angustia” como el vértigo de la libertad: el temor ante la posibilidad infinita. Heidegger, por su parte, veía en el "temor" una de las formas más puras del ser-en-el-mundo, una experiencia que revela nuestra condición de seres finitos.

Subir una montaña, según la lectura que sugiere Messner, no es simplemente una hazaña física; es también una experiencia ontológica, donde el miedo actúa como catalizador de conciencia y autenticidad. En este contexto, cobra pleno sentido la célebre frase de Friedrich Nietzsche: “Quien tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo.” El miedo, cuando aparece en la montaña, se vuelve soportable —e incluso formativo— cuando está al servicio de un propósito profundo. Para Messner, ese propósito no es la cumbre, sino el conocimiento de sí mismo.

Messner expresa esta idea con claridad:

"No escalo montañas simplemente para conquistar sus cumbres. ¿Cuál sería el sentido de eso? Me coloco voluntariamente en situaciones peligrosas para aprender a enfrentar mis propios miedos y dudas, mis sentimientos más íntimos."

La montaña, entonces, no es solo un lugar físico. Es un espacio simbólico donde se tensan las fibras más profundas de la existencia humana.

El miedo como regulador de la acción

El miedo, entonces, no solo preserva la vida, sino que revela su fragilidad. Para Messner, aceptar el miedo es aceptar los propios límites, y a la vez, asumir la responsabilidad radical de cada decisión. Cuando narra sus ascensos sin oxígeno, en solitario o en condiciones críticas, no lo hace para glorificarse, sino para mostrar cómo cada paso estuvo atravesado por una percepción aguda del peligro y una relación ética con la montaña. En sus palabras, el miedo es una forma de respeto: hacia la naturaleza, hacia el otro, y hacia uno mismo.

Él mismo afirma:

"El miedo es un regulador para lo que hago. El miedo pertenece a la aventura tanto como el riesgo."

 

Conclusión

El capítulo de Moving Mountains que trata sobre el miedo ofrece una poderosa resignificación de esta emoción en el contexto del montañismo. Más allá del riesgo físico, el miedo emerge como una herramienta evolutiva que agudiza la percepción, pero también como una vivencia existencial que permite al alpinista —y al ser humano en general— enfrentarse con su propia vulnerabilidad.

En tiempos en los que el miedo es visto como algo a superar o eliminar, Messner nos recuerda su valor como guía, como maestro y como espejo de nuestra humanidad. La montaña no es el escenario de una conquista, sino un espacio de verdad donde el miedo revela quiénes somos y hacia dónde nos dirigimos.